GEOPOLÍTICA 2025 – 100 conceptos clave

Por Octavio Volkner, especialista en geopolítica y autor de Mundo en Tensión


La geopolítica en 2025 se configura como una disciplina esencial para comprender la complejidad del orden internacional contemporáneo. Lejos de ser una abstracción académica, se ha convertido en una herramienta estratégica que guía las decisiones de gobiernos, empresas y organizaciones internacionales. Esta evolución refleja una transformación profunda en la naturaleza de las relaciones internacionales, donde factores como la tecnología, la economía y la seguridad juegan roles cada vez más interdependientes.

Uno de los aspectos más sorprendentes es la creciente intersección entre la geopolítica y la tecnología. La inteligencia artificial (IA), la computación cuántica y la biotecnología no solo están redefiniendo sectores industriales, sino que también se han convertido en campos de competencia geopolítica. Países como Estados Unidos y China lideran la carrera por dominar estándares tecnológicos, patentes y cadenas de suministro, mientras que Europa busca consolidar su soberanía digital mediante iniciativas como el proyecto EuroStack . Esta dinámica ha dado lugar a una «guerra fría digital», donde la supremacía tecnológica es tan crucial como la militar.

En el ámbito económico, la geopolítica ha adquirido una dimensión geoeconómica. Las decisiones comerciales ya no se basan únicamente en consideraciones de mercado, sino que están impregnadas de estrategias de poder. Un ejemplo claro es el reciente acuerdo entre la Unión Europea y Estados Unidos, que ha sido calificado como asimétrico debido a las concesiones europeas en sectores clave como la industria y la defensa, mientras que las exportaciones europeas enfrentan aumentos arancelarios . Este tipo de acuerdos refleja cómo las relaciones comerciales se entrelazan con intereses geopolíticos, donde la economía se convierte en un instrumento de influencia y control.

Además, la geopolítica energética ha cobrado una relevancia sin precedentes. La transición hacia energías renovables y la creciente demanda de minerales estratégicos han reconfigurado los mapas de poder. Regiones como el «Triángulo del Litio», que abarca partes de Argentina, Bolivia y Chile, poseen reservas de litio equivalentes a las de petróleo en Arabia Saudita, convirtiéndolas en epicentros de disputas geopolíticas . La concentración de la producción de minerales críticos en manos de pocos actores, como China, ha generado vulnerabilidades en las cadenas de suministro globales, evidenciando cómo los recursos naturales siguen siendo un eje central en la geopolítica contemporánea.

En términos de seguridad, la geopolítica ha evolucionado hacia una geopolítica híbrida, donde las fronteras entre la guerra convencional, la ciberseguridad y la guerra informativa se difuminan. El gasto militar global ha alcanzado niveles récord, superando los 2,5 billones de dólares en 2024 y proyectándose a más de 3 billones para 2025 . Este incremento refleja una nueva carrera armamentista, no solo en términos de arsenales tradicionales, sino también en capacidades cibernéticas y de inteligencia artificial, donde la información y la tecnología se han convertido en armas estratégicas.

La geopolítica del conocimiento ha emergido como un nuevo campo de batalla. La información, la educación y la innovación se han convertido en activos estratégicos. Instituciones académicas y centros de investigación desempeñan un papel crucial en la formación de alianzas y en la generación de influencia, ya que el control del conocimiento y la capacidad de innovación son determinantes en la configuración del poder global.

La geopolítica en 2025 es una disciplina dinámica y multifacética que trasciende las fronteras tradicionales de la política internacional. Su comprensión requiere un enfoque interdisciplinario que integre aspectos tecnológicos, económicos, energéticos y de seguridad. En este contexto, la capacidad de anticipar y adaptarse a los cambios geopolíticos se ha convertido en una competencia esencial para actores estatales y no estatales por igual.


La geoestrategia en 2025 se ha transformado en una disciplina esencial para comprender las dinámicas del poder global. Lejos de limitarse a la mera proyección de fuerzas militares, abarca una compleja interacción de factores económicos, tecnológicos, energéticos y climáticos que definen las relaciones internacionales contemporáneas.

La energía como eje central de la geoestrategia

En la actualidad, la energía ha dejado de ser solo un recurso para convertirse en un instrumento de poder. La transición energética global ha reconfigurado las alianzas y tensiones geopolíticas. Por ejemplo, la Unión Europea, a través del plan REPowerEU, busca reducir su dependencia de los combustibles fósiles rusos mediante el impulso de energías renovables y la diversificación de suministros . Esta estrategia no solo responde a consideraciones medioambientales, sino que también tiene profundas implicaciones en la seguridad energética y la autonomía política del continente.

Simultáneamente, la creciente dependencia global de la electricidad ha llevado a la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y al Gobierno británico a organizar la Cumbre sobre el Futuro de la Seguridad Energética en Londres. En este encuentro, se destacó que la electricidad se ha convertido en el nuevo «petróleo», subrayando la necesidad de garantizar un suministro eléctrico confiable como cuestión estratégica global .

La geopolítica digital: un nuevo campo de batalla

La digitalización masiva de la economía ha dado lugar a la «geopolítica digital», un fenómeno que, según Antonio Brufau, presidente de Repsol, representa un riesgo para la geoestrategia energética debido a su naturaleza difusa y la falta de interlocutores visibles . Este concepto refleja cómo la infraestructura digital, los datos y las tecnologías emergentes se han convertido en componentes esenciales del poder geopolítico.

Nuevos actores y riesgos en la geoestrategia

La geoestrategia contemporánea también se caracteriza por la aparición de nuevos actores y riesgos. Las empresas, por ejemplo, han incrementado significativamente su inversión en análisis de riesgos políticos. Según un informe de EY, el 94% de las empresas han aumentado el tiempo y los recursos dedicados a la geoestrategia en los últimos 24 meses, incorporando el análisis del riesgo político en sus decisiones de inversión y optimizando sus estrategias de crecimiento en medio de las incertidumbres geopolíticas y los retos macroeconómicos.

En este contexto, la competencia por recursos estratégicos, como los minerales necesarios para las tecnologías limpias, ha intensificado las tensiones entre países. China, por ejemplo, ha liderado la inversión global en energía limpia, alcanzando los 2,1 billones de dólares en 2024, más del doble que en 2020, lo que le ha permitido consolidar su posición como potencia en el sector de las energías renovables y las tecnologías limpias .

La geoestrategia en 2025 es una disciplina dinámica que integra múltiples dimensiones del poder global. La energía, la digitalización, la aparición de nuevos actores y la competencia por recursos estratégicos son elementos clave que configuran las relaciones internacionales contemporáneas. Comprender estas interacciones es esencial para anticipar y gestionar los desafíos geoestratégicos del futuro.


La soberanía en la era digital: un nuevo bastión de la autonomía estatal

En el siglo XXI, el concepto clásico de soberanía —como control absoluto sobre el territorio y la población— ha expandido sus fronteras hacia el ámbito digital. En este escenario, la soberanía digital se erige como piedra angular de la independencia estatal y colectiva. Europa, consciente de ello, impulsa con fuerza una «soberanía digital europea», articulada mediante iniciativas legislativas, estratégicas y técnicas incomparables hasta 2025. El Reglamento europeo sobre semiconductores (2023), el de inteligencia artificial (2024), y las normas relativas al mercado digital y servicios (DSA, DMA, RGDP), configuran un entramado regulatorio cuyo propósito es fortalecer la capacidad de diseño, control y protección de infraestructuras digitales propias.

Un dato sorprendente radica en la realidad del almacenamiento y procesamiento de datos: aproximadamente el 92 % de los datos de ciudadanos occidentales se hospedan en infraestructuras de nube propiedad de gigantes estadunidenses como AWS, Azure o Google Cloud, lo que conlleva vulnerabilidades jurídicas profundas en virtud de leyes como el Cloud Act o FISA. Esta dependencia es, en realidad, una erosión silenciosa de la soberanía tecnológica.

Para contrarrestar esta realidad, España participa activamente en proyectos del tipo IPCEI‑CIS. En concreto, ha destinado 111 millones de euros a fortalecer su soberanía digital mediante desarrollos colaborativos en la nube con Telefónica, OpenNebula y Arsys. Además, Canarias ha liderado la implementación de una arquitectura avanzada de soberanía digital para su servicio 112, alcanzando niveles de protección que superan la normativa europea vigente.

Un continente en recomposición: soberanía europea entre desafíos y oportunidades estratégicas

La Unión Europea, tras décadas de regímenes interdependientes, comienza a reivindicar una autonomía estratégica en sectores tan críticos como el militar, digital y energético. En este marco, se redefinen las nociones de soberanía estatal mediante iniciativas que promueven la coordinación continental para preservar capacidades colectivas .

Esta estrategia adquiere relevancia en 2025, cuando Europa enfrenta crecientes desafíos exteriores: presiones arancelarias de Estados Unidos, tensiones con Rusia, y una multipolaridad en expansión que exige respuestas autónomas y cohesionadas.

Proyectos como la iniciativa D9+, donde España ha jugado un rol destacado, promueven inversiones europeas en inteligencia artificial, semiconductores, computación cuántica y ciberseguridad. Esta propuesta busca reforzar la capacidad de innovación autónoma y revertir dependencias tecnológicas externas.

Soberanía digital para el mundo rural: equidad territorial y tecnológica

Una dimensión sorprendente y poco discutida de la soberanía digital es su impacto en el desarrollo rural. En España, organizaciones cívicas originarias de zonas despobladas impulsan un enfoque de soberanía tecnológica rural, que aboga por infraestructuras abiertas, accesibles y adaptadas al entorno territorial, en lugar de una imposición desde redes urbanas centralizadas.

Según el Manifiesto por la Soberanía y los Derechos Digitales en el Rural, «hablar de digitalización sin hablar de derechos es repetir el mismo error de siempre», y aducen que solo cuando la tecnología responde a necesidades rurales —empleo local, servicios y participación democrática digital— se convierte en elemento de resiliencia y cohesión territorial.

Soberanía digital en América Latina: impulso autónomo frente a amenazas externas

En Latinoamérica, el concepto de soberanía se redefine mediante estrategias propias para enfrentar las tensiones geopolíticas del siglo XXI. Un análisis regional plantea la urgencia de fortalecer marcos legales de ciberdefensa, promover software libre, establecer auditorías tecnológicas y blindar constitucionalmente los datos poblacionales, entre otras medidas.

Este esfuerzo se traduce en acciones concretas como la estrategia chilena para desarrollar un modelo de lenguaje basado en inteligencia artificial íntegramente local y la construcción de infraestructura nacional de supercómputo para aplicaciones en minería, salud y agricultura.

Reimaginando la soberanía para los desafíos contemporáneos

La soberanía en 2025 trasciende el control territorial y militar; es un concepto multidimensional que abarca lo digital, lo rural, lo regional y lo estratégico. Países y regiones están forjando nuevas formas de autonomía, conscientes de que la dependencia tecnológica es también pérdida de poder. La clave radica en construir ecosistemas digitales sólidos, diversificados, regulados con equidad e inclusivos, capaces de sostener la libertad, el desarrollo y la cohesión social en una era de fracturas y redes. La soberanía ya no se mide por fronteras físicas, sino por la capacidad de actuar con autonomía en todas las esferas estratégicas.


El Estado‑nación como constructo dinámico: entre la historia y la imaginación contemporánea

El concepto de Estado‑nación ha sido el pilar de la organización política moderna desde los tratados de Westfalia en 1648: entidades con gobierno centralizado, población considerada unida y soberana, y un territorio definido. Sin embargo, para 2025, este concepto enfrenta tensiones derivadas de nuevos fenómenos sociales: desde la emergencia de micronaciones hasta visiones cambiantes de pertenencia y ciudadanía.

Surge aquí un dato asombroso: existen entre 100 y 150 micronaciones activas en el mundo —autodeclaradas como Estados, con símbolos nacionales y estructuras simbólicas, pero sin reconocimiento internacional— que fluctúan constantemente, pues muchas surgen y desaparecen en plazos muy breves. Algunas declaran territorios tan inaccesibles como la remota Marie Byrd Land, en la Antártida, con el micronación Gran Ducado de Westarctica, que reclama 1,32 millones de km², mayor que Sudáfrica. En contraste, hay lugares tan diminutos como Sealand, una vieja plataforma militar de solo 550 m², autoproclamada soberana desde 1967, considerada la micronación funcional más pequeña del mundo.

Esto abre una reflexión crucial: el Estado‑nación ya no domina en solitario la definición de soberanía política. Su coexistencia con entidades simbólicas o virtuales pone en evidencia que la idea de Estado está evolucionando hacia formas más diversas, incluso performativas.

Ciudadanía des‑nacionalizada: la identidad se fragmenta

En paralelo, el fenómeno de la ciudadanía des‑nacionalizada (denationalized citizenship) cuestiona la primacía del vínculo estatal como marco último de identidad. Se trata de una situación en la que las personas sienten una mayor afinidad con grupos culturales, étnicos o locales que con el Estado al que formalmente pertenecen.

Este cambio refleja realidades actuales: comunidades transnacionales que comparten lengua, religión o intereses culturales, se sienten más cohesionadas por esas afinidades que por la institucionalidad estatal. Las redes sociales y la globalización digital alimentan este fenómeno, generando lealtades múltiples que desafían los antiguos límites del Estado‑nación.

Micronaciones: espejo lúdico y crítico del nacionalismo moderno

Las micronaciones —ya sean seudorealistas, artísticas o humorísticas— operan como espejos retóricos del Estado‑nación. Crecen no solo desde la provocación o contestataria recreativa, sino también como expresiones de creatividad, identidad cultural o protesta política. Hay iniciativas por todo el mundo: desde la República de Užupis en Vilnius (un barrio bohemio con su propia constitución y ejército simbólico) hasta la República de Molossia en Nevada, con gobierno, moneda y servicios postales.

Es significativo el alcance online: plataformas como MicroWiki albergan decenas de miles de artículos sobre micronaciones, y comunidades como “Micronations and Alternative Polities” en Facebook (~3 400 miembros) y el subreddit r/micronations (~8 000) demuestran un vínculo creciente con estas creaciones simbólicas.

Esto subraya una verdad: el Estado‑nación ya no monopoliza el imaginario político. Otros proyectos construyen y negocian símbolos de pertenencia y soberanía, proponiendo narrativas estatales alternativas, más flexibles y, muchas veces, más introspectivas.

Repensar el Estado‑nación en 2025

Para 2025, el Estado‑nación se mantiene como actor político central, pero ya no es la única forma significativa de organización, pertenencia o soberanía. Frente a él emergen escenarios múltiples: micronaciones que satirizan o homenajean las estructuras estatales; ciudadanía que se fragmenta en identidades locales o digitales; y una imaginación política en expansión que no se limita a los márgenes de los mapas oficiales.

Este panorama exige repensar la función del Estado‑nación: ya no como centro exclusivo de la lealtad o la gobernanza, sino como uno entre varios espacios provenientes del deseo humano de reconocimiento, pertenencia y configuración simbólica. La coexistencia de formas estatales reales, simbólicas o virtuales encarna una era de pluralización política sin precedentes.


El territorio: paradigma mutable frente al cambio climático

El territorio tradicional, concebido como un espacio físico estable donde se ejerce soberanía efectiva, está siendo replanteado de modo radical por el cambio climático. Un ejemplo elocuente es la reconfiguración del Ártico: la acelerada fusión del hielo ha abierto nuevas rutas marítimas —como la Ruta del Norte— cuya utilización comercial crece exponencialmente, proyectándose como el eje geosinergético del futuro. La proporción de tráfico comercial en estas rutas podría alcanzar el 5 % a nivel global para mediados de siglo, aligerando significativamente distancias entre Europa, Norteamérica y Asia.

A la par, el calentamiento convierte territorios como Canadá o Groenlandia, antes inhóspitos, en objetivos codiciados: no solo abrigan vastos recursos minerales estratégicos —tierras raras, petróleo, minerales críticos—, sino que su exposición jurídica aún ambigua los hace susceptibles a maniobras geopolíticas de gran calado.

Este ensanchamiento o contracción del espacio habitable, motivado por inundaciones, sequías o erosión costera, está impulsando una nueva redistribución del territorio por motivos climáticos, que trasciende las lógicas tradicionales de conquista o colonización.

Territorios sin dueño: paradojas jurídicas modernizadas

Aun en pleno siglo XXI, existen fragmentos del globo sin reclamos nacionales reconocidos formalmente. Tres casos excepcionales requieren atención:

  • Bir Tawil, sitiado entre Egipto y Sudán, con alrededor de 2 060 km², permanece sin reclamar porque ambos países prefieren disputar el adyacente Triángulo de Halayeb; esa paradoja ha convertido Bir Tawil en una “tierra de nadie” literal.
  • En la Antártida, Marie Byrd Land, con más de 1,6 millones de km², sobresale como la mayor región sin reclamo estatal por su inaccesibilidad y la robustez del Tratado Antártico que suspende ambiciones territoriales.
  • Y en Europa, un rincón fluvial impreciso entre Croacia y Serbia —conocido también como Gornja Siga o «Liberland»— evidenció la fragilidad de los límites cuando incluso podría devenir en micronación simbólica sin reconocimiento.

Estas “zonas acéfalas” invitan a repensar la noción jurídica del territorio: lejos de ser homogéneo y perfectamente delimitado, en el sistema internacional sobreviven espacios juridicamente gravitantes e incluso irreconocidos.

El territorio como escenario de poder posmoderno: espacios digitales y físicos

En la era digital, el concepto de territorio se desborda. No basta con poseer territorio físico; también es vital controlar el espacio informacional. La soberanía digital introduce una nueva dimensión —o «frontera sin mapa»— donde fluyen datos, influencias y plataformas, amenazando la capacidad de los Estados de ejercer control en su territorio físico si no aseguran su dominio en el ciberespacio.

Por tanto, el territorio moderno no se define únicamente con límites terrestres, ribereños o marítimos, sino también por quien controla las rutas digitales, servidores, cables submarinos y redes de infraestructura informativa.

El territorio, un concepto en metamorfosis

En 2025, el territorio ya no es sinónimo estático de posesión física; es un entramado maleable filtrado por tres vectores:

  1. Climático: donde regiones emergentes y sumergidas transforman el mapa del poder.
  2. Legal: con espacios sin dueños que desafían convenciones del derecho internacional.
  3. Digital: donde la frontera real es intangible y forma parte del poder estratégico moderno.

Este nuevo paradigma exige repensar cómo se define y valora el territorio: una noción multidimensional que transita entre lo tangible y lo simbólico, entre lo físico y lo virtual, y que requerirá de nuevas arquitecturas políticas, jurídicas y estratégicas para su gobernanza efectiva.


Las fronteras como escenarios dinámicos: más allá del papel de la historia

Las fronteras ya no se reducen a líneas impresas en mapas antiguos; en 2025, son espacios de volatilidad y transformación constante. Un ejemplo paradigmático es Sudeste Asiático, donde el conflicto entre Tailandia y Camboya por la región conocida como el Triángulo Esmeralda escaló en 2025 hasta convertirse en un enfrentamiento militar abierto. Miles de civiles fueron desplazados, hubo víctimas y los lazos diplomáticos quedaron tensos, evidenciando la fragilidad de los límites heredados del periodo colonial y su repercusión directa en la estabilidad regional.

En una vertiente opuesta, Asia Central ha mostrado resiliencia diplomática: en marzo de 2025, Tayikistán y Kirguistán firmaron el denominado tratado de Jujand, que resolvió décadas de disputas fronterizas mediante canjes territoriales mutuos, gestión conjunta del agua y desmilitarización de áreas tensas. Un avance en cooperación trilateral con Uzbekistán completó la demarcación, simbolizado también con un memorial de amistad en la triple frontera .

Islas y ríos como zonas liminales: bordes difíciles de trazar

En el corazón del Amazonas, entre Colombia y Perú, vuelve a emerger una disputa relevante: la soberanía de la Isla Santa Rosa ha sido reclamada por Perú al convertirla en distrito administrativo, mientras Colombia reclama que el territorio no existía en los tratados originales de los años 20 y que la frontera debería regirse por el canal más profundo del río . Un claro ejemplo de la ambigüedad que generan los accidentes geográficos dinámicos y los acuerdos históricos.

De manera similar, en el sudeste asiático, la cuestión de Naktuka, un territorio agrícola de 1 069 hectáreas cultivadas por generaciones en la frontera entre Indonesia y Timor-Leste, genera controversia al haberse demarcado con estacas fronterizas que dieron parte a Indonesia, alterando escenarios consuetudinarios y poniendo tensiones sobre comunidades locales .

Fronteras invisibles: tecnología, agua y omisiones históricas

Una dimensión menos tangible pero no menos crucial es la de las fronteras tecnológicas. En Europa, la implementación de sistemas automatizados de control migratorio empleando inteligencia artificial, biometría, detección de emociones y poligrafía en pasos fronterizos ha avanzado rápidamente. Aunque se justifica en nombre de la seguridad, estos sistemas plantean graves riesgos para los derechos humanos, particularmente en privacidad, discriminación y justicia.

Asimismo, los límites hídricos se tornan fronteras estratégicas: el caso más agudo se encuentra entre India y Pakistán, donde la suspensión del histórico Tratado del Agua del Indo por parte de India en 2025 introduce la amenaza de “armas hidrológicas”. Vale recordar que ese acuerdo, vigente desde 1960, sustenta la vida de aproximadamente 300 millones de personas calculadas por su dependencia de riego y energía; su ruptura podría convertirse en desencadenante de nueva fragilidad regional.

Disputas persistentes y fronteras simbólicas

Hay fronteras cuyo estatus se prolonga en la penumbra: Guatemala mantiene reivindicaciones sobre territorio beliceño desde la independencia, rumbo a una resolución desplegada ante la Corte Internacional de Justicia, compulsando voces sobre el pasado colonial.

Además, en zonas menos obvias, Reddit ofrece datos anecdóticos pero reveladores sobre omisiones fronterizas: por ejemplo, entre Egipto y Sudán existe una zona de cerca de 2 000 km² sin reclamo formal, visible incluso en plataformas como Google Maps. Y en Europa, la frontera entre Croacia y Eslovenia aparece en mapas como línea discontinua, evidencia de disputas latentes a pesar de la integración continental .

Reflexión final: fronteras en mutación continua

En 2025, las fronteras son más que elementos fijos de soberanía. Son espacios flotantes: algunos arden en conflictos recientes, otros se pactan con diplomacia innovadora; algunos resisten por la fuerza del agua o el mapa, otros desaparecen o cambian con el clima, mientras que los digitales emergen como nuevos bordes no perceptibles para el ojo.

Este panorama requiere replantear nuestra comprensión geopolítica: las fronteras dejan de ser barreras lineales y se convierten en zonas de tensión, negociación, adaptación y —sobre todo— transformación constante.