Por Australolibrecus anamensis

1. Introducción y planteamiento del tema 

La literatura contemporánea, especialmente aquella escrita en el ámbito hispanohablante, ha sido un espejo inquietante de los procesos sociales, políticos y existenciales que configuran las sociedades modernas. El siglo XXI, con sus crisis recurrentes, sus disrupciones tecnológicas y sus conflictos ideológicos, ha ofrecido a los escritores un terreno fértil para explorar los límites del orden, la autoridad y la descomposición de las estructuras de poder. Es en este contexto donde la obra de autores como Ricardo Menéndez Salmón adquiere una dimensión crucial, no solo por su capacidad de interrogar el poder y sus mecanismos, sino también por su habilidad para representar la ansiedad, la alienación y la lucha existencial en una sociedad regida por lo que podría denominarse el «gran sistema». 

Uno de los ejes fundamentales de la literatura española contemporánea es la reflexión sobre el poder y su incesante búsqueda de control. Sin embargo, este poder ya no se presenta como una entidad externa, sino como una fuerza internalizada que opera desde el interior de los individuos, las instituciones y las relaciones interpersonales. En este sentido, obras como Gusano Bravo de Alfred Batlle Fuster y El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón no solo confrontan al lector con la aparente solidez de las estructuras sociales, sino que también escudriñan la descomposición interna de estas mismas estructuras, revelando las tensiones, los monstruos y las contradicciones que las subyacen. 

Gusano Bravo, un relato que, aunque no tan conocido en la esfera pública como otras obras contemporáneas, se erige como una narración inquietante del desarraigo, la descomposición social y la persistencia de la violencia en las relaciones humanas, a través de un escenario distópico donde los personajes luchan por mantener su identidad y autonomía frente a un sistema que les despoja de ambas. Por su parte, El Sistema, una de las obras más relevantes de Menéndez Salmón, presenta una alegoría cruda y compleja sobre el poder en su faceta más sutil y tecnológica, en la que los individuos se encuentran atrapados en una telaraña invisible pero implacable de control. 

En ambos textos, la literatura se convierte en un instrumento para explorar cómo las estructuras sociales contemporáneas tienden a descomponer al individuo, haciéndolo un engranaje más de un sistema que, aunque se presenta como ordenado y racional, está plagado de monstruos invisibles que operan en las sombras. Es aquí donde la metáfora del «gusano» y el «sistema» se entrelazan de forma perturbadora: el gusano, con su capacidad para devorar desde adentro, y el sistema, con su aparente perfección que esconde una maquinaria de opresión y control. La literatura, entonces, se convierte no solo en un medio de denuncia, sino en una forma de desvelar lo oculto, lo que siempre está al borde de la conciencia colectiva pero nunca se atreve a emerger completamente. 

Este artículo busca adentrarse en las dinámicas de poder y control que se despliegan en Gusano Bravo y El Sistema, a través de un análisis comparativo que permita no solo entender las semejanzas y diferencias entre ambas obras, sino también profundizar en el modo en que los autores abordan la descomposición de las estructuras sociales y la lucha interna de los individuos en su confrontación con esas fuerzas desmesuradas. Partiendo de una perspectiva crítica, el análisis procurará desentrañar cómo cada obra refleja la impotencia y la resignación frente a un orden que parece desmoronarse, y cómo, a pesar de esa fragmentación, persisten los ecos de la resistencia y la búsqueda de sentido en un mundo cada vez más dominado por lo incierto y lo incontrolable. 

2. Presentación de las dos obras en cuestión 

En el amplio espectro de la literatura contemporánea, Gusano Bravo de Alfred Batlle Fuster y El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón se sitúan como dos referentes notables en el cuestionamiento radical del poder, aunque lo hagan desde perspectivas estéticas, narrativas y filosóficas distintas. Ambas obras comparten un territorio común: la desestabilización de los ideales del orden y la racionalidad que tradicionalmente han sostenido las sociedades modernas. Sin embargo, lo que las distingue y da forma a sus respectivas propuestas es la manera en que abordan ese poder omnipresente, transformándolo en algo tan insidioso y corrosivo que ni siquiera la propia estructura social se salva de ser devorada. 

Gusano Bravo es una obra profundamente inquietante, que se mueve en las fronteras de lo distópico y lo fantástico. El relato, escrito por Alfred Batlle Fuster, nos sumerge en un mundo post-apocalíptico donde la decadencia de la civilización parece haber alcanzado su punto máximo. En este universo sombrío, el protagonista –un hombre aislado y marcado por las cicatrices de una violencia no del todo comprendida– se enfrenta a una sociedad desmoronada, que no solo está sumida en el caos, sino que también refleja la brutalidad de un orden que ha perdido su humanidad. El «gusano» en el título simboliza esa descomposición interna, una fuerza que se infiltra en lo más profundo de los seres y las estructuras, destruyendo desde dentro lo que parece exteriormente intacto. 

Por otro lado, El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón lleva el concepto de control y opresión a un nivel más abstracto y filosófico. A través de una trama más centrada en el individuo que en la masa, la novela aborda la alienación del sujeto frente a un sistema que se presenta como impersonal, pero cuya influencia es total y determinante. La estructura narrativa de Menéndez Salmón es más lineal y analítica que la de Gusano Bravo, pero su capacidad para capturar la sutil violencia del poder es igualmente perturbadora. En El Sistema, el poder no se presenta de manera externa, visible o directamente represiva, sino como algo mucho más penetrante y difuso, que se infiltra en las mentes y corazones de los personajes, llevándolos a una lucha interna interminable. El sistema, en este caso, no solo opera sobre las instituciones políticas o sociales, sino que se extiende hasta el individuo mismo, erosionando su capacidad de autonomía y su voluntad de resistir. 

Las dos obras comparten una misma premisa: el poder no es solo un agente externo que puede ser identificado y combatido, sino que se halla en lo más profundo de la estructura misma de la sociedad, y es precisamente allí donde se manifiesta su monstruosidad. Este enfoque radical sobre el poder muestra que “lo monstruoso no siempre habita en lo extraño, sino en lo normativo”. Es precisamente la normalidad de la vida cotidiana, la lógica que sustenta el orden social y político, lo que en última instancia oculta el monstruo que devora desde dentro. En ambos textos, el control y la violencia no son ajenos ni visibles, sino que están inscritos en las reglas que gobiernan la existencia social. La opresión y la alienación no surgen de un monstruo externo, sino de la propia estructura que se supone debe proteger al individuo, pero que en realidad lo devora y lo convierte en un engranaje más de un sistema que lo anula. 

En Gusano Bravo, la decadencia del mundo es mostrada como algo orgánico, un proceso de descomposición que se manifiesta físicamente a través del protagonista y su entorno. En este sentido, el “gusano” no es solo un símbolo de la putrefacción que acecha a la sociedad, sino también de la putrefacción interna de los individuos, que no pueden escapar de la lógica destructiva que rige sus vidas. El gusano se introduce lentamente en las entrañas de lo que parece ser un orden estable, pero que en realidad está condenado a sucumbir. La obra refleja, así, una visión pesimista de la humanidad, donde el poder no solo destruye desde fuera, sino que también corrompe el alma humana de manera irreversible. 

Por el contrario, en El Sistema, la monstruosidad del poder se presenta bajo una apariencia mucho más sutil y técnica. Aquí, el sistema es algo impersonal, regulado por leyes que, aunque no se ven, dictan todos los aspectos de la vida de los personajes. Lo monstruoso no es una entidad, sino una forma de pensar, una lógica que se ha integrado tan profundamente en la sociedad que ni siquiera los propios individuos son conscientes de su sumisión. El poder se manifiesta como un mecanismo invisible, que actúa sobre las conciencias, las emociones y las decisiones, generando una distorsión de la libertad que es aún más perturbadora por su invisibilidad. El sistema, por tanto, no tiene rostro ni cuerpo, pero es omnipresente y totalizante. 

Ambas novelas, entonces, desvelan que el monstruo no está en lo exterior, en lo extraño o lo ajeno, sino en el interior de los sistemas que sustentan las estructuras sociales. La monstruosidad se encuentra en las reglas que rigen las sociedades, las normas que, lejos de ser neutrales, son vehículos de control, dominación y descomposición. Gusano Bravo lo hace a través de una narrativa visceral y apocalíptica, mientras que El Sistema lo logra con una prosa más introspectiva y filosófica. En este sentido, ambos autores invitan al lector a cuestionar la naturaleza del poder y sus formas más sutiles, entendiendo que la verdadera monstruosidad no se presenta en lo extraño y lo exterior, sino en lo que consideramos como normal, natural y legítimo en nuestra vida cotidiana. 

3. El poder y sus monstruos: De lo fantástico a lo filosófico 

La exploración del poder y sus monstruos en Gusano Bravo y El Sistema ofrece una fascinante dialéctica entre dos formas de aproximarse al control social. Ambos autores abordan la idea de que el poder, lejos de ser un fenómeno meramente visible y tangible, habita en las estructuras normativas que dan forma a nuestras vidas. Sin embargo, el enfoque narrativo de las dos novelas es radicalmente distinto: mientras que Batlle Fuster utiliza el horror fantástico como vehículo para expresar las angustias y corrupciones del poder, Menéndez Salmón recurre a la distopía filosófica para desentrañar la naturaleza impersonal y omnipresente de ese mismo control. En ambos casos, el monstruo del poder no se encuentra en lo extraño ni en lo monstruoso en sentido literal, sino que se encuentra en el interior de lo normal, en lo que aceptamos y damos por supuesto en nuestro mundo. 

En Gusano Bravo, la atmósfera se ve impregnada por el elemento fantástico. El terror, la violencia y la descomposición no son solo metáforas de las fracturas sociales, sino que se materializan de manera tangible, tanto en el entorno como en los propios personajes. La estructura de la obra se construye sobre la idea de que lo monstruoso no es algo que venga de fuera, sino algo que reside dentro de las mismas fibras de la realidad. En este mundo distópico, el protagonista se enfrenta a fuerzas que parecen irracionales, casi sobrenaturales, y que sin embargo están intrínsecamente relacionadas con la caída moral de la humanidad. El gusano, que devora desde dentro y corroe todo lo que toca, es una imagen poderosa que simboliza un poder que se infiltra en los rincones más oscuros de la vida cotidiana, llevando consigo la desesperación y la pérdida de control. 

El horror en Gusano Bravo no se limita a un monstruo físico que acecha a los personajes, sino que se extiende a un sistema de violencia que devora la realidad misma, como si todo lo que conocemos estuviera destinado a ser destruido desde adentro. Aquí, lo monstruoso está relacionado con la descomposición, la decadencia de lo humano y el abandono de la moralidad. La «normalidad» del orden social se convierte en una suerte de ilusoria calma previa a la ruptura total, en la que el gusano se presenta como una fuerza de destrucción inevitable. La violencia, el caos y el horror no son ajenos ni extraordinarios, sino una manifestación natural de una sociedad que ha perdido su rumbo y está sumida en una espiral de autodestrucción. La obra, al emplear el horror fantástico, crea un espacio literario donde lo monstruoso está integrado en el tejido mismo de la vida cotidiana, desafiando al lector a reflexionar sobre la normalidad del sufrimiento y la opresión. 

En contraste, El Sistema se aleja del recurso del horror fantástico para adentrarse en una reflexión más filosófica y abstracta sobre el control social. Menéndez Salmón presenta un poder que no se manifiesta en monstruos externos, sino que se infiltra en el pensamiento, en la lógica de las instituciones y en la misma estructura de las relaciones humanas. El sistema es una fuerza invisible, que no se muestra en un único momento de terror, sino que se despliega a lo largo del tiempo, lentamente, como una telaraña que atrapa a los personajes sin que estos siquiera sean conscientes de su captura. A través de una narrativa más introspectiva y cerebral, El Sistema cuestiona la idea misma de libertad, planteando que la verdadera opresión no radica en una tiranía visible, sino en las estructuras normativas que ordenan y dan forma a la vida social. En este contexto, el poder se revela como un principio organizador que, aunque no necesariamente visible ni tangible, define todos los aspectos de la existencia cotidiana. 

El horror en El Sistema no está en lo extraño, sino en lo extremadamente familiar. No es un monstruo el que acecha a los personajes, sino un sistema que los hace actuar y pensar de acuerdo con normas que ellos mismos no cuestionan. Aquí, el poder no se impone desde fuera, sino que es internalizado por los sujetos que lo soportan. La novela describe una sociedad regida por una lógica tan intrínseca y sólida que ni siquiera se reconoce como una imposición. Es la estructura misma del sistema la que hace que lo monstruoso sea parte de lo normativo. Lo monstruoso es invisible, pero está ahí, operando constantemente sobre los individuos y sus relaciones. En este sentido, Menéndez Salmón utiliza la distopía filosófica para ilustrar cómo las formas de control más efectivas no requieren de un enemigo visible, sino que operan a través de normas y expectativas que nos condicionan a vivir y actuar de acuerdo con ellas sin cuestionarlas. 

El contraste entre las dos obras se vuelve aún más evidente cuando se analiza la forma en que ambas representan la relación entre los individuos y el poder. Mientras que en Gusano Bravo la opresión se manifiesta en un entorno exterior y palpable, en El Sistema la opresión está ya integrada en la subjetividad de los personajes, quienes, aunque conscientes de su sufrimiento, no son capaces de identificar su origen ni de escapar de él. Es, por tanto, el poder de la normalidad lo que se convierte en el verdadero monstruo. Lo monstruoso no es lo visible, sino aquello que hemos aceptado como natural, y que, en última instancia, nos define y nos limita. 

Ambas novelas, a su manera, nos invitan a reconsiderar nuestras percepciones sobre el poder y la opresión, mostrando que lo que verdaderamente corrompe y consume a la humanidad no es lo extraordinario, sino lo cotidiano y lo normativo. De esta forma, la literatura se convierte en un espacio de reflexión crítica sobre el control social, en el que los autores, a través de sus enfoques distintos, nos desafían a cuestionar las estructuras invisibles que gobiernan nuestras vidas, a reconocer la monstruosidad que se encuentra en los rincones de lo «normal» y a repensar nuestra relación con el poder en su forma más insidiosa y silenciosa. 

4. Gusano Bravo y la representación del poder como criatura subterránea 

El universo de Gusano Bravo se despliega en un escenario distópico que remite a las ruinas de una civilización imbuida por la decadencia. En este mundo, el imperio de Batonia se encuentra en una fase terminal, sumido en una profunda crisis tanto política como moral. La corrupción ha infiltrado todos los niveles de la sociedad, y las estructuras de poder se han vuelto obsoletas y grotescas, como si el propio imperio se desintegrara desde su interior. Este contexto, sombrío y caótico, sirve como el escenario principal de la obra, donde la violencia, la desesperación y el vacío existencial son los elementos que marcan la cotidianidad de los habitantes de Batonia. 

La trama gira en torno a Salce, un hombre que ocupa un rol central en la maquinaria de control del imperio. Su misión es aparentemente sencilla: sofocar una rebelión que amenaza con desmantelar lo que queda de la estabilidad de Batonia. Sin embargo, a medida que avanza en su travesía, se enfrenta a la realidad de un sistema de poder mucho más complejo y destructivo de lo que imaginaba. Salce no solo debe lidiar con los elementos rebeldes que cuestionan el orden establecido, sino también con las contradicciones internas del propio imperio, cuyo colapso parece inevitable. La misión de Salce, aunque inicialmente parece un enfrentamiento físico y político, se convierte en una lucha más profunda y existencial contra las fuerzas que han corrompido el alma de la civilización. 

Lo que distingue a Gusano Bravo de otras obras del género distópico es su peculiar tratamiento del poder. En lugar de presentarlo como una estructura omnipresente y rígida, como suele ocurrir en otras narrativas de opresión, el poder en Batonia se manifiesta a través de un elemento casi orgánico, un monstruo subterráneo que habita en las entrañas de la sociedad. Este monstruo, conocido como el «Gusano Bravo», es una criatura que, aunque aparece en un primer plano como una figura literal de horror, actúa también como un símbolo de lo reprimido por el sistema de poder. 

El Gusano Bravo no es solo un ente monstruoso que amenaza con devorar y destruir, sino también una representación de las fuerzas oscuras y subterráneas que mantienen el control en Batonia. Esta criatura es, en muchos sentidos, el reflejo de la represión: una manifestación tangible de los elementos más oscuros de la sociedad que han sido ocultados bajo una capa de aparente civilización. El Gusano Bravo, que se alimenta de las entrañas de la ciudad y de los individuos, simboliza el poder que actúa desde las sombras, el poder que no se ve pero que corroe todo lo que toca. Su existencia misma es una advertencia de lo que sucede cuando la sociedad permite que el mal se enraíce en su núcleo y, en lugar de ser enfrentado, se esconde y se minimiza. 

La misión de Salce, en última instancia, es doble: debe no solo enfrentar una rebelión externa, sino también confrontar el monstruo que habita en su propio ser y en las profundidades del sistema de poder. A través de su viaje, Salce se va despojando de las ilusiones que tenía sobre el orden que defendía. En este sentido, la figura del Gusano Bravo se convierte en una metáfora de la corrupción interna del poder, una corrupción que no solo afecta a los que están en el centro del sistema, sino también a aquellos que lo sostienen, incluso de manera pasiva. A medida que la historia avanza, Salce se ve arrastrado hacia un enfrentamiento con ese poder que ha sido, durante tanto tiempo, la causa de su propia alienación y sufrimiento. 

El Gusano Bravo, entonces, no es solo una criatura monstruosa en el sentido clásico de la palabra. Es un emblema de lo que la sociedad de Batonia ha elegido ignorar: las injusticias, los excesos, la violencia sistemática y la muerte moral que impregnan su estructura. Al igual que el gusano que devora desde el interior, el poder en Batonia ha sido alimentado por lo oculto, por lo reprimido, y por una indiferencia que se ha transformado en una forma de vida. En este sentido, el monstruo no es algo ajeno o externo, sino una parte intrínseca de lo que se entiende como «normal» dentro de este sistema. 

La relación entre el Gusano Bravo y el poder se profundiza a medida que Salce avanza en su misión. El gusano no solo actúa como un agente de destrucción, sino también como un espejo de las tensiones internas que atraviesan tanto al protagonista como a la sociedad misma. La lucha contra el Gusano Bravo se convierte, en última instancia, en una metáfora de la lucha interna que cada individuo debe librar cuando se enfrenta a un poder opresivo: un poder que, lejos de ser visible y tangible, se esconde bajo la superficie de las normas, las leyes y las estructuras sociales, esperando el momento adecuado para devorar. 

Este monstruo subterráneo refleja el concepto de que lo más peligroso en una sociedad no siempre es lo que está a la vista, sino lo que se oculta, lo que se reprime y lo que se normaliza. El Gusano Bravo simboliza esa fuerza destructiva que no necesita mostrarse explícitamente para causar estragos, sino que opera lentamente, en la oscuridad, hasta que la totalidad de la sociedad se ve consumida por su veneno. La rebelión que Salce debe sofocar no es solo externa, sino que también está dirigida contra las fuerzas que corroen el alma misma de Batonia. 

Gusano Bravo no solo presenta una historia de acción y violencia, sino también una reflexión profunda sobre la naturaleza del poder y su capacidad para descomponer desde dentro a los individuos y a las sociedades. El Gusano Bravo es una manifestación de lo reprimido, de lo que no se puede o no se quiere ver, y al mismo tiempo es el símbolo de un poder que se ha enraizado tan profundamente que ni siquiera es reconocido como una amenaza, hasta que es demasiado tarde. En este sentido, la obra de Batlle Fuster ofrece una crítica mordaz a los sistemas de control que, en su aparente estabilidad, son los verdaderos portadores de la destrucción y la decadencia. 

5. El poder y lo reprimido 

En Gusano Bravo, la figura del Gusano no solo encarna el poder opresivo en su manifestación más monstruosa, sino también la furia de lo reprimido, aquello que un sistema injusto e implacable intenta esconder, pero que siempre regresa con una fuerza descomunal. Esta criatura, a pesar de ser aparentemente una manifestación física de horror, opera como un símbolo que trasciende lo literal, representando esa porción de la sociedad y del ser humano que, por su irreductibilidad, ha sido marginada, silenciada y reprimida por las estructuras de poder. El Gusano Bravo, en su insaciable devorar de todo lo que toca, refleja la incapacidad de una sociedad para erradicar lo que ha sido dejado atrás, ignorado o desplazado por el orden dominante. 

Desde el inicio de la novela, el Gusano aparece como una criatura subterránea que habita en las profundidades de Batonia, esperando el momento en que, finalmente, salga a la luz para desbordar los límites que le han sido impuestos. Este monstruo, que surge en las entrañas de una sociedad decadente, no es solo un agente de destrucción, sino también un reflejo del rencor y la violencia que emergen cuando se niega a los individuos y a las comunidades el derecho a ser escuchados o a expresar sus realidades. Lo que se intenta ocultar bajo una capa de orden y control, lo que se mantiene en las sombras del sistema, es lo que se vuelve, en última instancia, la fuerza que pone en jaque la estabilidad misma de la sociedad. La fuerza del Gusano es la fuerza de lo reprimido, que, al no ser enfrentado, acaba devorando a aquellos que intentan negarlo. 

El poder opresivo de Batonia, en su intento por mantener el orden y la estructura, no solo margina a aquellos que desafían su autoridad, sino que también busca borrar cualquier rastro de disidencia, cualquier vestigio de resistencia que pueda surgir. Sin embargo, como bien se ilustra en la obra, la represión nunca es definitiva. Las fuerzas reprimidas no desaparecen, sino que se acumulan, se transforman y esperan su momento para estallar. La lucha de Salce, el protagonista, no es solo contra una rebelión externa, sino contra ese monstruo interno que habita la propia estructura de poder. El Gusano, al emerger desde lo más profundo, es la manifestación de esa furia reprimida que finalmente exige ser vista, reconocida y enfrentada. 

Este fenómeno de lo reprimido regresando con más fuerza puede interpretarse como una crítica a los sistemas de control que intentan eliminar las tensiones, las contradicciones y las realidades disidentes, pero que, en su afán de silenciar, en realidad alimentan esas mismas fuerzas. La represión, lejos de disolver las disonancias, las incrementa, las lleva a un nivel más peligroso, convirtiéndolas en monstruos que devoran todo lo que se interpone en su camino. Así, el Gusano Bravo no es solo una metáfora de la resistencia, sino también de la violencia inherente a cualquier intento de borrar lo que no se ajusta a la norma. El poder, en su lucha por erradicar lo subversivo, termina creando sus propios demonios, alimentando las fuerzas que tarde o temprano acabarán devorando la estabilidad que intentan proteger. 

La alegoría que se despliega en Gusano Bravo es clara: el poder genera sus propios demonios. Estos demonios no son seres sobrenaturales que surgen de la nada, sino manifestaciones de todo aquello que ha sido erradicado, de los restos de lo que el sistema ha intentado suprimir. El Gusano Bravo, en este sentido, no solo representa una amenaza física, sino que también es una alegoría de cómo las estructuras de poder que intentan mantenerse puras, impolutas y controladoras, terminan siendo las que alimentan la monstruosidad que buscan evitar. Al no lidiar con lo que se encuentra bajo la superficie, al tratar de esconderlo en las sombras, esas mismas fuerzas reprimidas terminan por emerger de manera descontrolada y mucho más destructiva. 

Es en este contexto que la lucha de Salce adquiere una dimensión simbólica. Su misión de sofocar la rebelión no solo es política, sino que se convierte en una confrontación con los fantasmas del propio sistema. Salce, al igual que la sociedad de Batonia, está atrapado en una dinámica de represión, que busca mantener el orden a toda costa, pero que en su afán por hacerlo, ignora el hecho de que las fuerzas que trata de suprimir están lejos de desaparecer. A lo largo de la novela, Salce se ve obligado a enfrentar no solo a los rebeldes que se levantan contra el imperio, sino también a las sombras del poder que lo han formado y lo han moldeado, a los vestigios de una sociedad podrida desde sus cimientos. 

El Gusano, por lo tanto, se erige como el símbolo de una verdad dolorosa: el poder, al intentar mantener un orden estable y controlado, genera sus propios monstruos. Al rechazar lo diferente, al ignorar lo que no encaja, crea una dinámica en la que todo lo reprimido regresa con una fuerza aún mayor. La «furia de lo reprimido» se convierte en una fuerza destructiva que no solo pone en peligro a los individuos, sino que también amenaza con consumir el sistema entero. La obra, de esta manera, ofrece una reflexión profunda sobre la naturaleza del poder y su relación con la represión: un poder que no enfrenta, sino que niega y destruye, termina por alimentar las fuerzas que se rebelan contra él. 

Gusano Bravo presenta una crítica implacable al orden social que basa su estabilidad en la represión de lo «otro», de lo disidente, de lo no conforme. La novela demuestra que, al intentar erradicar lo que se percibe como indeseable, el poder no hace más que sembrar las semillas de su propia destrucción. El Gusano Bravo, como monstruo y como alegoría, es la encarnación de esas semillas: las manifestaciones de lo reprimido que siempre regresan, más poderosas, más destructivas, para reclamar lo que les pertenece. 

6. El Sistema de Menéndez Salmón: La violencia sutil del control impersonal 

A diferencia de Gusano Bravo, donde la lucha contra un poder corrupto se manifiesta en un mundo físico y visceralmente grotesco, El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón nos introduce en una distopía mucho más insidiosa, en la que la violencia y el control no se expresan a través de monstruos que emergen de las entrañas, sino a través de una maquinaria impersonal que opera de manera ordenada, fría y eficiente. Este universo de El Sistema está construido sobre los principios de la lógica y la organización meticulosa, un mundo en el que las estructuras sociales y las relaciones humanas se encuentran absolutamente reglamentadas, donde la eficiencia y el rendimiento se elevan a los niveles más altos de valor y donde cualquier manifestación de subjetividad, de deseo individual o de resistencia es rápidamente erradicada. Es un lugar en el que el «orden» no solo regula los aspectos materiales de la vida, sino también los sentimientos, las emociones y las relaciones, despojando al individuo de su capacidad para ser auténticamente humano. 

El escenario en El Sistema es una sociedad tan perfectamente organizada que el espacio se llena de la sensación de uniformidad absoluta. La vida se rige por una burocracia omnipresente, que no solo regula la economía, la política o la cultura, sino que también establece un modo de pensar, un modo de sentir, y un modo de existir. Las personas no son vistas como individuos, sino como piezas de un mecanismo mayor, cuyo único propósito es el rendimiento y la producción. En este orden impersonal, el sufrimiento y la alienación de los individuos se reducen a fallos en el sistema que deben ser corregidos, y cualquier forma de disidencia es inmediatamente identificada y neutralizada, no con la brutalidad de un régimen totalitario visible, sino con la suavidad y la sutileza de una lógica que lo justifica todo. 

La trama de El Sistema gira en torno a un personaje central: el Funcionario, un hombre cuya existencia se define por su papel dentro de la maquinaria del sistema. El Funcionario no es un héroe ni un villano en el sentido convencional, sino un engranaje más en un orden que no cuestiona, que solo actúa. Él no tiene deseos ni aspiraciones propias más allá de cumplir con las expectativas impuestas por el sistema. El Funcionario es una figura esencialmente vacía, despojada de subjetividad, atrapada en la repetición y la rutina de la eficiencia administrativa. El sistema lo ha moldeado de tal forma que no tiene conciencia de sí mismo fuera de sus funciones, y cualquier intento de independencia o cuestionamiento es sofocado antes de que pueda surgir. La violencia de El Sistema no se manifiesta a través de torturas físicas o revueltas sangrientas, sino a través de una forma de control psicológico y social tan precisa que la misma identidad del individuo queda anulada, transformándolo en un simple operador del engranaje. 

Este tipo de poder, mucho más sutil y destructivo en su naturaleza, no requiere de una autoridad visible, de un líder absoluto, ni de una jerarquía centralizada. En El Sistema, el control es la norma misma de la vida. El Funcionario no es consciente de su alienación porque esa alienación se ha convertido en parte integral de su existencia. La violencia del sistema no es exterior, sino interiorizada, una violencia que impide cualquier forma de subjetividad que pueda escapar a los límites que le han sido impuestos. Así, el Funcionario vive dentro de un círculo vicioso en el que la alienación se convierte en el estado natural del ser, y la libertad en un concepto que resulta tan abstracto y lejano que ni siquiera se le considera como una posibilidad. 

El mundo de El Sistema es un espacio donde el control es tan absoluto que cualquier tipo de resistencia parece impensable. No hay necesidad de una fuerza represiva explícita, porque la represión es inherente a la propia estructura del sistema. La disciplina no se impone desde fuera, sino que se autoimpone a través de la lógica de la eficiencia. En este universo, la voluntad de poder no se expresa a través de un mandato, sino a través de una forma de existencia que niega cualquier forma de autonomía. Los individuos se ven a sí mismos como vehículos de un sistema más grande, un sistema que parece ser la única realidad posible. La violencia aquí no es brutal ni ostentosa, sino que es el resultado de un proceso de deshumanización en el que el sujeto pierde la capacidad de cuestionarse o de pensar en alternativas. 

El Funcionario, protagonista de El Sistema, vive de acuerdo con un código implícito que le dice lo que debe hacer en cada momento, lo que debe sentir, lo que debe pensar. En este sentido, la verdadera violencia de la novela radica en la capacidad del sistema para estructurar la vida de sus habitantes de tal manera que no haya espacio para lo humano. Las emociones, los deseos, las pasiones, todo lo que hace al ser humano «humano», es aniquilado por la lógica de un sistema que reduce a los individuos a una serie de tareas y objetivos medibles. En este sentido, el Funcionario, aunque sea el protagonista, es una figura casi anónima, una sombra dentro de la máquina, cuyas acciones no tienen un carácter personal o auténtico. Es solo un cuerpo que ejecuta órdenes, que sigue el curso trazado por el sistema. 

Este orden impersonal también plantea una reflexión crucial sobre la propia naturaleza de la violencia en las sociedades contemporáneas. Mientras que en Gusano Bravo la violencia es visceral, física, la de El Sistema es psicológica y estructural. El poder en la obra de Menéndez Salmón no necesita ser visibilizado ni evidenciado como algo externo, porque ya forma parte de la propia cotidianidad, de la manera de pensar y de vivir de los individuos. En El Sistema, el control no es una imposición visible de un régimen, sino una interiorización profunda de las normas que rigen la existencia de cada ser humano. Es una violencia que, al igual que la represión del Gusano en Batlle Fuster, emerge desde el interior de la sociedad, desde el interior de cada individuo, transformando la libertad en una abstracción y el deseo en una quimera inalcanzable. 

La deshumanización que se experimenta en El Sistema no es la de un poder brutal, sino la de un poder que se infiltra en las mentes y corazones, que moldea la forma en que los individuos se ven a sí mismos y a los demás. La violencia sutil del control impersonal descrita por Menéndez Salmón se aleja de los horrores externos para convertirse en una cuestión filosófica, un análisis de cómo la estructura misma de la vida cotidiana puede, sin necesidad de fuerza, aniquilar lo que hace a los seres humanos seres libres y conscientes. Al igual que en el caso del Gusano Bravo, la pregunta fundamental es cómo enfrentarse a un poder que ha dejado de ser algo tangible y visible para convertirse en un principio abstracto que regula todos los aspectos de la existencia humana. 

7. El poder y su asfixia. La violencia invisible de El Sistema. 

Si Gusano Bravo aborda el poder desde una perspectiva visceral y monstruosa, manifestado en una criatura que emerge desde las entrañas del sistema, El Sistema de Menéndez Salmón ofrece una visión radicalmente diferente, una donde la violencia y el control no se expresan a través de monstruos físicos, sino a través de una maquinaria fría e inquebrantable que subyuga y deshumaniza a los individuos. En lugar de ser un poder visible y corporeizado, el poder en El Sistema se presenta como una estructura impersonal, invisible pero omnipresente, que no necesita recurrir a la brutalidad para someter. Esta maquinaria, perfectamente engrasada, funciona con una precisión casi quirúrgica, anulando la individualidad y la libertad mediante la eficiencia y el control. El poder no mata en El Sistema; simplemente asfixia, destruye la esencia misma del ser humano, dejando solo cáscaras vacías de personas que ya no pueden reconocer ni su propia humanidad ni su deseo de autonomía. 

La violencia en El Sistema es invisible, pero no por ello menos destructiva. No se trata de una violencia que se percibe a través de golpes, torturas o enfrentamientos directos, sino de una violencia mucho más insidiosa: la violencia de la deshumanización, de la eliminación gradual de todo lo que hace a una persona un individuo único. El protagonista, el Funcionario, vive en un mundo en el que cada aspecto de su vida está predefinido, desde sus actividades hasta sus pensamientos, sentimientos e interacciones sociales. Este control se manifiesta a través de la rutina y la norma, en un mundo donde la subjetividad se considera un lastre y todo debe someterse a una lógica de eficiencia, rendimiento y orden. No hay espacio para la espontaneidad, para la discrepancia, para el error. Cualquier forma de pensamiento independiente es considerada un mal funcionamiento del sistema, un problema a resolver. La violencia de El Sistema se inserta en cada una de las reglas, en cada uno de los procesos que rigen la vida cotidiana de los individuos, y su propósito no es eliminar físicamente a las personas, sino reducirlas a meros instrumentos, a piezas dentro de una maquinaria que no tiene cabida para lo impredecible, lo humano. 

El poder, en El Sistema, no necesita actuar con fuerza bruta porque no existe resistencia visible. El Funcionario, como todos los demás habitantes del sistema, es incapaz de cuestionar su lugar en él, ya que toda forma de duda o de revelación individual es desactivada casi antes de que surja. La violencia que se ejerce sobre él no se ve, no se toca, pero se siente en cada rincón de su existencia. La asfixia del poder radica en su capacidad para invadir la mente y el cuerpo de los individuos de una manera tan profunda que estos ya no reconocen ni siquiera su propia alienación. La opresión en El Sistema se manifiesta como una especie de compresión silenciosa que se cuela en las decisiones más cotidianas: qué pensar, qué hacer, qué decir. Los impulsos, los deseos, los sueños —todo aquello que podría parecer esencial para la experiencia humana— se ven reprimidos y sistemáticamente extinguidos. 

Lo notable de El Sistema es que el control no se impone desde un centro visible o autoritario. No hay dictadores, militares o policías vigilantes que se encarguen de controlar a la población. El poder está integrado en el propio sistema, de modo que es casi invisible pero completamente eficaz. Las estructuras que gobiernan la vida de los individuos no están jerárquicamente organizadas como un régimen opresivo, sino que se manifiestan a través de normas universales que todos deben seguir sin cuestionarlas. El poder está en las reglas mismas del juego, en las expectativas que el sistema impone de manera tácita. El Funcionario, al igual que todos los demás, se ve obligado a aceptar estas normas, no porque alguien lo haya forzado explícitamente, sino porque el propio sistema ha infiltrado todas las facetas de su existencia, haciéndole imposible concebir la vida fuera de los límites que él mismo ha internalizado. 

En El Sistema, la violencia no es el golpe directo ni la represión abierta, sino la aniquilación de la capacidad de pensar y actuar fuera de los márgenes establecidos. El verdadero enemigo es la máquina, y el Funcionario es uno de sus componentes más delicados, pero también uno de los más expuestos a su efecto destructivo. La violencia aquí no es física; es una violencia psicológica que se alimenta de la eficiencia, de la imposibilidad de escapar del ciclo de la productividad y el control. No hay una herida visible, pero la herida es mucho más profunda: es una herida que arrastra la libertad y la voluntad del ser humano, dejándolas irreconocibles. 

La alegoría en El Sistema subraya un aspecto del poder que, aunque invisible, es igualmente aterrador: el control impersonal. Este control no necesita de las armas o la violencia física para prevalecer. Se manifiesta en la omnipresencia de una lógica inquebrantable que reduce a cada individuo a su función dentro del sistema, haciendo que su individualidad se disuelva, que su libertad se convierta en una fantasía olvidada. No hay espacio para el error, no hay lugar para la diferencia. Lo que el sistema ofrece es una existencia organizada y sin fisuras, pero también despojada de todo lo que define al ser humano como tal: sus contradicciones, sus luchas internas, sus deseos de evasión o de cambio. En lugar de eliminar a los individuos, El Sistema los convierte en sombras de sí mismos, en meras extensiones de una maquinaria de la que no pueden escapar. 

Lo más perturbador de la novela de Menéndez Salmón es que el poder, lejos de ser una fuerza externa que oprime a la sociedad, se convierte en parte de la psique misma de los individuos. Los habitantes de El Sistema ya no luchan contra algo exterior, sino contra una estructura de pensamiento que los ha moldeado de tal forma que ni siquiera son capaces de imaginar una vida fuera de las normas que los controlan. La violencia del sistema no es física, sino ideológica, y el resultado final es el mismo: una sociedad completamente sumisa, donde la libertad y la identidad son completamente subsumidas por la necesidad de eficiencia y control. 

El Sistema no solo presenta una crítica a los regímenes autoritarios o a las estructuras de poder evidentes, sino a una forma de control más insidiosa y extendida: aquella que, al ser invisible, se vuelve aún más efectiva. La violencia en la novela de Menéndez Salmón no se hace evidente a través de manifestaciones brutales, sino que se oculta en la normalidad de lo cotidiano, en las reglas, en las expectativas, en la organización de cada momento de la vida. Y, sin embargo, es esta violencia invisible la que asfixia a los personajes, eliminando cualquier posibilidad de autenticidad o de escape. Así, El Sistema revela la verdadera naturaleza de la opresión: una opresión que se hace realidad, no a través de monstruos visibles, sino a través de la normalización de un orden que despoja al ser humano de todo lo que lo hace libre. 

8. Comparación de las dos obras: Temáticas, estéticas y enfoques narrativos 

Cuando nos enfrentamos a la tarea de comparar Gusano Bravo de Alfred Batlle Fuster y El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón, nos encontramos con dos novelas que exploran el tema del poder y su asfixiante control, pero desde ángulos completamente diferentes. Mientras que la primera se sumerge en los oscuros abismos de una fantasía política plagada de horror, la segunda se erige como una reflexión filosófica sobre la alienación y la deshumanización en una sociedad altamente organizada. A través de sus diferentes enfoques narrativos, estéticos y temáticos, ambas obras nos ofrecen una mirada crítica al poder y sus monstruos, pero lo hacen mediante una simbología, una prosa y una estructura que reflejan sus respectivas inquietudes filosóficas y literarias. 

El género en Gusano Bravo se inscribe en la tradición de la fantasía oscura y el horror político, fusionando elementos de lo gótico y lo fantástico con una crítica social y política de gran alcance. La prosa de Batlle Fuster se caracteriza por una imaginería simbólica cargada de detalles grotescos y un tono sombrío que sumerge al lector en un mundo decadente, en el que lo monstruoso no es una anomalía aislada, sino una manifestación orgánica del sistema de poder. El Gusano, en este sentido, no es simplemente una criatura terrorífica, sino una alegoría del sufrimiento y la represión que reside en las entrañas del régimen, esperando su momento para desbordarse y devorar a los que lo han ignorado. La novela está impregnada de una atmósfera de horror que juega con las fronteras entre lo real y lo sobrenatural, utilizando el monstruo como una representación de la violencia estructural y de las fuerzas desatadas por un poder que pretende erradicar lo subversivo. 

En contraste, El Sistema de Menéndez Salmón adopta el tono de una distopía filosófica, casi en forma de ensayo narrativo, que explora las implicaciones existenciales y psicológicas del control social. Aquí no hay monstruos visibles ni magia oscura, sino una estructura de poder tan eficaz en su organización que se convierte en una maquinaria impersonal e invisible que subyuga a los individuos. La prosa de Menéndez Salmón es sobria y precisa, empleando un estilo minimalista que refleja la vacuidad de la existencia de los personajes, especialmente del Funcionario. A diferencia de Gusano Bravo, que se sumerge en el caos de un imperio en ruinas, El Sistema se mueve en un ámbito de orden que, en su perfección, resulta aún más alienante. La belleza de la prosa de Menéndez Salmón no radica en la sobreabundancia de detalles visuales o simbólicos, sino en la capacidad de su narrativa para transmitir la opresión a través del vacío y la repetición. 

Uno de los contrastes más reveladores entre ambas novelas es la forma en que cada autor simboliza el poder. En Gusano Bravo, el poder se encarna en el monstruo subterráneo, en el Gusano, que no solo devora, sino que representa todo lo que el sistema busca suprimir: la resistencia, la disidencia, el dolor y el caos. Este monstruo no es solo una entidad externa, sino también una manifestación de lo reprimido, de las fuerzas que, al ser negadas, terminan por destruir el sistema que las intenta controlar. El Gusano Bravo, entonces, simboliza la amenaza constante de lo subversivo, pero también la inevitabilidad de su regreso, de su irrupción en el orden impuesto. 

Por su parte, en El Sistema, el poder no tiene una forma física ni monstruosa. No es una criatura externa que pueda ser derrotada o comprendida de manera inmediata, sino una estructura impersonal, lógica y eficiente que lo envuelve todo. La maquinaria del Sistema, que no tiene rostro, ni voluntad individual, ni voz, es la verdadera fuerza que oprime a los individuos. En lugar de un monstruo visceral, Menéndez Salmón nos presenta un universo donde la alienación es un efecto secundario del orden, y el poder se escurre a través de las normativas y las reglas que dictan la existencia de todos. Aquí, el «Gusano» no es una criatura concreta, sino el propio Sistema en sí, que consume la individualidad de cada ser, volviendo a cada persona una parte intercambiable de una cadena infinita de procesos. 

La oposición entre los protagonistas de ambas obras también revela una diferencia fundamental en el tratamiento del individuo frente al poder. Salce, el protagonista de Gusano Bravo, es un emisario del poder, pero su misión de sofocar una rebelión lo enfrenta a una creciente toma de conciencia sobre la descomposición del imperio al que sirve. Su viaje lo lleva desde una aceptación acrítica del sistema hasta un enfrentamiento inevitable con el caos que yace bajo la superficie. Aunque Salce es un agente del orden, su evolución le permite ver más allá de los límites impuestos por su rol, enfrentándose al monstruo y a las fuerzas que el poder busca esconder. Es un personaje que, a pesar de estar atrapado en una misión de control, busca alguna forma de entendimiento, aunque este se le escapa continuamente. 

Por otro lado, el Funcionario de El Sistema es un ser mucho más cerrado y despojado de cualquier capacidad de cuestionar su entorno. Es un engranaje perfecto de una maquinaria que no solo lo controla, sino que lo ha moldeado para que no sea capaz de desear ni pensar fuera de su función. Mientras que Salce está en constante lucha consigo mismo y con la realidad que le rodea, el Funcionario vive en una existencia predecible, donde no hay lucha interna, sino una aceptación inquebrantable de su papel dentro del sistema. Ambos personajes, sin embargo, están atrapados por el poder, aunque de maneras radicalmente diferentes: Salce es consciente de su encarcelamiento, mientras que el Funcionario no tiene conciencia de su propia alienación. 

Las fuerzas disruptivas en Gusano Bravo son eminentemente externas: lo monstruoso, lo mítico, lo caótico. El Gusano, como entidad que emerge de lo más profundo de la sociedad, es la fuerza que representa todo lo que ha sido reprimido y olvidado, pero que no puede ser contenido para siempre. La rebelión es inevitable, y lo monstruoso es la manifestación de ese estallido que pone fin al orden, aunque sea de manera destructiva. La fuerza disruptiva aquí es la ruptura con lo conocido, un colapso en el que la violencia se desata como una liberación de lo reprimido. 

En El Sistema, por el contrario, las fuerzas disruptivas son internas y filosóficas: la duda y la conciencia. La disidencia en esta obra no proviene de un estallido externo, sino del despertar individual ante la alienación y el vacío existencial de un sistema que ha logrado infiltrarse en las mentes de todos. La conciencia de ser una pieza dentro de una maquinaria impersonal es la semilla de la ruptura, pero esta ruptura nunca llega de manera visible o ruidosa. Es un resquebrajamiento silencioso, una fricción interna que desestabiliza al individuo de una forma mucho más sutil, pero igualmente poderosa. La diferencia radica en que en El Sistema, el poder nunca pierde su control explícito; lo que hace es inducir a la duda y la conciencia, pero siempre dentro de los límites de un orden que permanece aparentemente intacto. 

En cuanto a la tensión narrativa, las dos obras presentan trayectorias opuestas. En Gusano Bravo, la tensión se desplaza hacia lo desconocido, hacia el caos y la destrucción que se avecinan. La narrativa se construye como un descenso hacia la descomposición, un viaje hacia el abismo en el que las reglas del orden se desmoronan. La novela juega con la inminencia de lo monstruoso, con la inevitabilidad de la rebelión y la caída del sistema. Es una obra que, desde el principio, plantea un futuro incierto y peligroso, donde la ruptura es parte del paisaje mismo. 

En El Sistema, la tensión no radica en lo que aún no se ha manifestado, sino en la alienación de lo que ya está presente, en lo que está tan profundamente arraigado que se vuelve invisible. La deriva hacia lo conocido en El Sistema es más inquietante precisamente porque se presenta como una normalidad en la que cada día es más asfixiante. La rutina de control, de subordinación a un sistema lógico y ordenado, se convierte en una prisión que no se nota hasta que es demasiado tarde. La narrativa en El Sistema no busca la rebelión o el cambio, sino el desgaste y la descomposición interna de aquellos atrapados en la maquinaria del poder. 

Ambas novelas, por tanto, ofrecen una visión crítica del poder, pero lo hacen a través de lentes muy diferentes, ofreciendo así una reflexión compleja y multifacética sobre cómo las estructuras de control afectan a los individuos y a las sociedades en su conjunto. 

9. El regreso de los monstruos en la literatura contemporánea 

En la literatura española contemporánea, el regreso de lo fantástico, lo oscuro y lo monstruoso se ha consolidado como una de las vías más potentes para abordar las complejas realidades sociales y políticas de nuestra época. Obras como Gusano Bravo de Alfred Batlle Fuster y El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón, aunque disímiles en su estilo y enfoque, se inscriben dentro de esta tendencia más amplia que utiliza lo extraño y lo no-realista no como meras formas de escapismo, sino como vehículos para cuestionar las estructuras de poder y explorar las inquietudes existenciales y colectivas de una sociedad atrapada entre la modernidad y sus propios demonios. 

Lo fantástico, en su sentido más amplio, ha sido históricamente una herramienta poderosa para reflexionar sobre los límites de la realidad y lo posible, y en la literatura española contemporánea, esta tradición ha encontrado nuevas formas de expresión. El resurgimiento de lo extraño, el gótico, lo grotesco y lo oscuro no es solo un retorno a la imaginería tradicional, sino un movimiento consciente de utilizar estos elementos para interrogar las estructuras de poder, el control social y las tensiones inherentes a la condición humana. En este contexto, Gusano Bravo y El Sistema ofrecen versiones distintas de esta fantasía oscura, pero ambas recurren a lo monstruoso para ilustrar cómo el poder y la opresión se infiltran en el tejido más profundo de nuestras sociedades. 

Por un lado, Gusano Bravo recurre al horror fantástico para explorar la decadencia de un imperio que busca sofocar la rebelión, pero que, al hacerlo, genera sus propios monstruos. El Gusano, como símbolo de lo reprimido, nos recuerda que las fuerzas de control, por más que intenten someterlas, no pueden erradicar lo subversivo; lo reprimido siempre regresa, más fuerte, más imparable. A través de este monstruo, Batlle Fuster nos invita a pensar en las fuerzas oscuras que subyacen en el orden social y político, recordándonos que, incluso en los momentos de aparente estabilidad, el caos y la rebeldía nunca están demasiado lejos. 

El Sistema, por su parte, utiliza un enfoque más filosófico, pero igualmente oscuro, para explorar una forma diferente de opresión. Aquí, el poder no se presenta como un monstruo externo, sino como una maquinaria impersonal y lógica que aniquila la subjetividad y la autonomía individual. Menéndez Salmón nos presenta una distopía de orden y eficiencia, donde la verdadera monstruosidad radica en la asfixiante falta de libertad que una estructura tan perfecta impone a la vida humana. La violencia no es física, sino psicológica y existencial, y el Sistema, como un monstruo invisible, se infiltra en cada aspecto de la vida del protagonista, quien se convierte en un engranaje más de una maquinaria que no necesita recurrir a la fuerza para ejercer su control. 

Este regreso a lo oscuro y lo monstruoso no es exclusivo de Batlle Fuster y Menéndez Salmón. Autores como Jesús Carrasco, Sara Mesa y Mariana Enríquez también han recurrido a lo extraño y lo no-realista para abordar cuestiones profundamente humanas y políticas. En Intemperie, Carrasco nos presenta una España árida, violenta y deshumanizada, en la que el paisaje mismo parece un monstruo. Las cosas que perdimos en el fuego de Enríquez utiliza el horror gótico y lo sobrenatural para profundizar en la desigualdad social y el sufrimiento de las mujeres en Argentina, mientras que en obras como Un amor de Mesa, lo extraño se combina con lo cotidiano para crear una atmósfera de desconcierto y alienación en un mundo socialmente fragmentado. 

Lo que caracteriza a todas estas obras es su capacidad para utilizar lo fantástico y lo monstruoso no solo como una forma de entretenimiento, sino como un medio para realizar una crítica directa a las estructuras de poder, a las desigualdades sociales y a las tensiones que atraviesan la vida cotidiana. A través de lo extraño, estos autores logran dar forma a los miedos, las frustraciones y las angustias que marcan nuestra existencia, y nos invitan a reflexionar sobre las fuerzas invisibles que modelan nuestras vidas. 

El regreso de lo monstruoso en la literatura contemporánea, particularmente en la española, tiene una función clara: servir como espejo de las estructuras de poder que dominan las sociedades actuales. Como hemos visto en Gusano Bravo y El Sistema, lo monstruoso no siempre se presenta como una fuerza externa o como una amenaza inmediata, sino que se encuentra integrado en el sistema mismo. El Gusano Bravo es la manifestación de todo lo reprimido por un imperio decadente que intenta ocultar su propio malestar, mientras que, en El Sistema, el poder es una estructura impersonal y ordenada que aniquila la subjetividad humana de manera más silenciosa y efectiva. Ambas obras, aunque con enfoques diferentes, muestran que «lo monstruoso no siempre habita en lo extraño, sino en lo normativo». 

Este fenómeno también se observa en los trabajos de otros autores contemporáneos que recurren a lo oscuro y lo fantástico para analizar los miedos y las tensiones políticas y sociales actuales. A través de lo extraño, estos escritores no solo nos enfrentan a lo desconocido, sino a la parte más sombría y compleja de la realidad misma. Lo monstruoso, entonces, no es solo una amenaza externa, sino también una construcción interna de la sociedad: es el miedo, la represión, la violencia, la injusticia y la alienación que se infiltran en el tejido de las relaciones sociales y políticas. 

En este sentido, tanto Gusano Bravo como El Sistema se inscriben dentro de una tradición literaria que utiliza lo fantástico como una herramienta de resistencia. El retorno de lo monstruoso en estas obras no es solo una forma de escapar de la realidad, sino una manera de enfrentarse a ella, de exponer sus contradicciones y sus falencias. Lo monstruoso en estas novelas no está simplemente allí para asustar, sino para hacer reflexionar sobre el poder, la opresión y las estructuras sociales que, en muchos casos, operan de manera invisible y cotidiana. Al crear mundos en los que lo extraño y lo aterrador se convierten en parte de la realidad social y política, estos autores nos invitan a mirar más allá de lo que vemos a simple vista, a cuestionar lo que aceptamos como natural y a enfrentarnos a los monstruos que acechan en nuestras sociedades. 

Este resurgimiento de lo fantástico en la literatura contemporánea, entonces, no es un simple capricho estético, sino una forma de resistir a la normalización de la opresión y la deshumanización. En lugar de ocultar las sombras, los autores actuales eligen iluminarlas, desafiando al lector a enfrentarse a los monstruos que, aunque invisibles, son los que realmente gobiernan nuestras vidas. Así, lo monstruoso se convierte en un vehículo para la reflexión, un espejo oscuro en el que podemos ver reflejados los aspectos más oscuros y complejos de la sociedad en la que vivimos. 

El regreso de lo monstruoso en la literatura española contemporánea es una llamada de atención: una forma de recordarnos que, incluso cuando el orden parece estable, lo extraño, lo reprimido y lo aterrador siempre está a la espera de irrumpir en la superficie, desafiando el control y el orden que intentan mantenernos sometidos. 

10. Los monstruos del poder 

Al concluir nuestro recorrido por las complejas y distantes tierras de Gusano Bravo y El Sistema, nos enfrentamos a una reflexión crucial que surge de la esencia misma de ambas novelas: los monstruos del poder no solo habitan en lo invisible, lo extraño o lo sobrenatural, son reflejos de los sistemas que nos controlan. A través de sus inquietantes representaciones del poder, ambos autores nos invitan a mirar más allá de las formas evidentes de opresión, y a entender que los verdaderos monstruos no siempre son los que nos acechan desde el exterior, sino los que nacen de los mismos mecanismos sociales, políticos y culturales que nos estructuran. 

En Gusano Bravo, el Gusano es una criatura monstruosa que surge de las entrañas de un imperio decadente. No es solo un ser sobrenatural, sino también una alegoría de lo reprimido, de las fuerzas y deseos que una estructura de poder intenta controlar. Este monstruo, que habita en las profundidades de Batonia, representa lo que el orden político busca ocultar: las contradicciones, las tensiones y los deseos que no se ajustan a la lógica del control. Sin embargo, el Gusano no es un enemigo externo al que se pueda derrotar con una simple acción; es la manifestación misma de lo reprimido por un sistema que se ve a sí mismo como intocable y eterno. Y, como tal, es inevitable que regrese, que se revuelque en el suelo de una sociedad que, por más que lo intente, no puede erradicarlo por completo. 

Por su parte, en El Sistema de Menéndez Salmón, el poder se presenta de una manera aún más inminente y apabullante: no hay monstruos visibles ni fantasmales, sino una maquinaria impersonal, lógica, que aniquila la individualidad humana mediante la eficiencia, la sistematización y la regularidad. En esta distopía filosófica, la violencia no se manifiesta de forma dramática, sino de manera sutil, a través de la uniformidad de un sistema que borra cualquier traza de subjetividad. El verdadero monstruo, aquí, es el propio Sistema, que se despliega como un conjunto de normas, procedimientos y expectativas que devoran el sentido mismo de la existencia humana, transformando a los individuos en meras piezas de una máquina perfecta, pero deshumanizante. La monstruosidad no está en lo evidente, sino en la forma en que el control es internalizado, aceptado, casi invisible. 

Ambas novelas, en su exploración de lo reprimido, lo extraño y lo monstruoso, nos demuestran que el poder no se limita a lo visible, a lo opresivo o a lo externo. Más allá de las armas, las leyes o las normas, los verdaderos monstruos del poder se encuentran en los sistemas que organizan y estructuran nuestras vidas. El poder se convierte en algo mucho más insidioso, algo que se infiltra en nuestras percepciones, en nuestras emociones, en nuestras mentes. Los monstruos, entonces, no están ahí para ser derrotados de forma espectacular; están ahí para desdibujar las fronteras entre lo normal y lo anómalo, entre lo visible y lo invisible, y para recordarnos que, en ocasiones, los mayores horrores son los que nosotros mismos creamos. 

Lo fascinante, y a la vez aterrador, de las obras de Batlle Fuster y Menéndez Salmón, es que nos muestran cómo el poder genera sus propios demonios. El Gusano Bravo y El Sistema no solo representan lo exterior, lo que parece anómalo o extraño, sino que reflejan los miedos, las tensiones y los mecanismos que alimentan el propio sistema de control. El Gusano es la furia de lo reprimido, la irrupción de lo que ha sido silenciado por el poder, mientras que el Sistema es la frialdad de un control que despoja a las personas de su humanidad. Ambos monstruos, en su fondo, nacen de la misma semilla: el intento por mantener el control a costa de todo lo demás. 

La literatura, al indagar en lo reprimido, lo extraño y lo inhumano, se convierte en un espejo de las fuerzas que definen y delimitan nuestras sociedades. Las narrativas de Gusano Bravo y El Sistema nos permiten explorar, en sus laberintos oscuros, los mecanismos de opresión que, muchas veces, permanecen invisibles a simple vista. La literatura, entonces, no es solo un espacio de escapatoria o de terror, sino también un terreno para la reflexión crítica, para la confrontación con los monstruos que, aunque a menudo se disfrazan de orden y normalidad, son los que realmente nos mantienen cautivos. 

Es, por tanto, a través de estas narrativas de lo monstruoso y lo reprimido que nos enfrentamos a los verdaderos monstruos de nuestras sociedades: aquellos que se ocultan en las sombras de las instituciones, de los sistemas económicos, de las estructuras políticas, pero también en nuestras propias formas de pensar, de sentir y de actuar. Al explorar estos monstruos, la literatura se convierte en un campo de batalla, donde la luz de la reflexión crítica puede desmantelar las estructuras de poder, por más invisibles o impensables que parezcan. 

Gusano Bravo y El Sistema nos invitan a comprender que los monstruos del poder no son entes ajenos a nosotros, ni fuerzas externas que nos atacan desde fuera. Son, más bien, construcciones internas, nacidas de nuestras propias relaciones con el poder, y son los reflejos de las fuerzas que nos estructuran y nos controlan. Y, al explorar estas figuras monstruosas, la literatura nos ofrece las herramientas para reconocer y cuestionar las estructuras que nos dominan, invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia relación con el poder y la opresión, y sobre cómo podemos empezar a desmantelar esos monstruos desde adentro. 

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Una respuesta a “[008] Monstruos del orden: Gusano Bravo de Alfred Batlle Fuster frente a El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón ”

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    Andrés Velasco

    Este artículo aborda de manera profunda y detallada las dinámicas del poder y la opresión, sin embargo, no podemos olvidar que un tema similar fue explorado con gran maestría en «El monstruo» de Ismail Kadaré, en la que la figura de la monstruosidad se presenta como un símbolo del poder autoritario y la descomposición interna de las estructuras de control.

    En «El monstruo», Kadaré también enfrenta a sus personajes con una realidad opresiva que no es claramente visible, sino que se infiltra en lo más profundo de las instituciones y de la psique humana, similar a cómo se plantea el sistema en ‘El Sistema’ de Menéndez Salmón. En la obra de Kadaré, el monstruo no es solo una criatura física, sino una representación de las fuerzas políticas que, al igual que el gusano en ‘Gusano Bravo’, devoran a la sociedad desde sus cimientos. El monstruo de Kadaré es, de hecho, una metáfora de la maquinaria estatal que, aunque parece racional y ordenada, está plagada de corrupción, represión y violencia sutil.

    Lo interesante de esta comparación es cómo ambos autores, aunque en contextos y con enfoques diferentes, nos invitan a reflexionar sobre el poder como una fuerza que no solo es visible y represiva, sino también interna y subterránea, infiltrándose en los individuos y transformándolos en piezas de un engranaje mucho más grande. Así como ‘Gusano Bravo’ usa la figura del gusano como un agente de destrucción que actúa desde dentro, ‘El monstruo’ de Kadaré también muestra cómo las estructuras de poder devoran a la humanidad al destruir la capacidad crítica de los individuos.

    La cuestión de lo reprimido también es central en la obra de Kadaré, donde las fuerzas que han sido negadas o silenciadas por el régimen finalmente se manifiestan como una presencia monstruosa, incapaz de ser ignorada. En este sentido, las tres obras comparten una crítica al sistema de poder que, lejos de ser visible y externo, se manifiesta como una fuerza que corroe y devora desde dentro, integrándose tanto en las estructuras sociales como en la conciencia individual.

    El artículo acierta al señalar que la monstruosidad en la literatura contemporánea se encuentra muchas veces no en lo extraño o lo ajeno, sino en las estructuras que consideramos normales y naturales. Sin embargo, El monstruo de Kadaré también ofrece una perspectiva enriquecedora sobre este tema, profundizando en cómo la represión y el control se entrelazan con el sufrimiento humano, mostrando una vez más que el verdadero monstruo no es algo exterior, sino algo que ha sido internalizado y normalizado por la sociedad misma.

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